“¿Me puedes llevar a Camp Davis mañana?”, me dijo mi papá un día en octubre del 2014 durante una visita familiar a San Francisco, California. No era una petición fuera de lo común, desde niño estaba acostumbrado a verlo sentado frente a libros y visitar bibliotecas de universidades fuera del país en desvíos planeados durante las vacaciones familiares. Pero esta vez había algo diferente, estaba nervioso, lo cual era inusual en él para una simple visita a una biblioteca. “El doctor Tchobanoglous me invitó a almorzar y pasar la tarde en su casa”, prosiguió cuando me observó algo perplejo. La verdad, no le creí, pensé que se trataba de alguien con un apellido similar, o hasta el propio hijo a quien vería. Aunque conocía la tenacidad de mi papá, no podía creer que una de las mentes más influyentes de nuestra época en tratamiento de agua y residuos en general, autor en 1979 de la revisión del libro “Metcalf & Eddy- Ingeniería de Aguas Residuales”, la biblia de tratamiento de agua quisiera conocer y hablar de agua con mi papá. Me apunté de inmediato, quería saber de primera mano de qué hablaron.
Lo primero que le pregunté al Dr. Tchobanoglous, cuando recogí a mi papá ya en la noche fue: ¿Cuál es el futuro del agua?, pensando en términos de negocio, he de confesar. El reuso y el reciclo, me dijo. Nuestro impacto en el ciclo del agua hace imperativo que no solo reduzcamos la cantidad de agua que utilizamos en nuestras actividades agrícolas, industriales y domésticas, sino que, en la medida que logremos reusar o reciclar el agua que necesitamos, estaremos ayudando a ser más sostenibles en términos ambientales, sociales y económicos.
¿Cómo lo hacemos?, seguí preguntando, tratando de aplicar las necesidades futuras del mercado a nuestro modelo de negocios. Esto fue lo que aprendí:
Primero, hay que dejar de contaminar el agua, el tratamiento empieza donde se utiliza el agua, en la casa o en el área de producción. Eso yo lo entendía muy bien, en nuestras jornadas de capacitación siempre insistíamos en que los responsables de producción estuvieran presentes de tal manera que, entendiendo los procesos necesarios para el tratamiento del agua, entenderían los impactos que las actividades productivas tenían. Desde picos de caudal, cargas contaminantes, paradas, cambios de insumos hasta prácticas productivas en general.
Segundo, hay que reducir la cantidad de agua que utilizamos. El Doctor Tchobanoglous tenía una perspectiva interesante, una visión global, nosotros, durante toda nuestra actividad comercial, solamente hemos trabajado en Latinoamérica, donde hay abundancia de agua, somos conscientes que vivimos en una región afortunada, pero sabemos, por contactos con proveedores y colegas, de regiones como el sur de Europa, África y el Caribe, en donde el agua es cada vez más escasa, de los retos que tienen. Sin embargo, nunca habíamos sido tan conscientes de la magnitud de la crisis y su escala, hasta ese día. Es cierto, debemos reducir el agua que usamos en agricultura, correspondiente a 65% del consumo, industria, 25% del consumo y doméstica, 10% del consumo total de agua. ¿Por donde empezar?, la respuesta es obvia: agricultura, nos genera los recursos para subsistir y tiene el mayor impacto, debemos optimizar el consumo sin sacrificar la producción.
Tercero, tenemos que mejorar nuestros procesos de pretratamiento. Esto ya no era tan evidente para mí. Nos concentramos demasiado en procesos de tratamiento primarios, secundarios, terciarios y de pulimiento de agua a la hora de verter o reusar, pero muy poco en las etapas anteriores, me explicó. Si logras remover sólidos sedimentables y suspendidos en etapas de pretratamiento, en especial tamizaje, para cuando el agua llega a la etapa terciaria, la calidad y los costos habrán mejorado tanto que será más factible hacerlo de forma exitosa y sostenible. ¿Cómo se logra eso?, pregunté interesado, por ejemplo, me dijo, si añades un poco de polímero antes del tamizaje, lograrás aglomerar y separar sólidos antes que lleguen a los procesos posteriores que, si bien es cierto están diseñados para separarlos, pueden mejorar su eficiencia si remueves la carga antes, mucho antes. Y, prosiguió, ahorras mucho dinero, porque hablamos de pequeñas dosis, del orden de 1 ppm, que impactan positivamente en la remoción en los tamices y muy poco en los gastos. Además, al ser un fenómeno de separación físico, estás ahorrando energía. Tenía sentido, mucho sentido.
Por ejemplo, me dijo, si añades un poco de polímero antes del tamizaje, lograrás aglomerar y separar sólidos antes que lleguen a los procesos posteriores que, si bien es cierto están diseñados para separarlos, pueden mejorar su eficiencia si remueves la carga antes, mucho antes.
Cuarto, debemos ser eficientes, en especial en términos de consumo de energía, en los tratamientos secundarios que pueden, por ejemplo, ser reemplazados por procesos más eficientes en términos de oxidación. No entendí, así que continuó. Cuando tenemos volúmenes a tratar muy bajos, y las condiciones del afluente lo permiten, se puede considerar la oxidación avanzada como un método de degradación de materia inorgánica y orgánica. En ocasiones puede ser más económico como inversión y gastos asociados que, por ejemplo, procesos de aireación extendida. Incluso, una combinación de ambos es muy atractiva. ¿Cuánto es un volumen bajo?, pregunté mas convencido, del orden de 10 a 20 m3 al día, me dijo. Oxidación avanza en vez de tratamiento biológico, ¡vaya!
Quinto, reaprovechamiento de residuos como fuente de energía y dinero. En la medida que logremos monetizar los residuos de nuestra planta y convertirlos en materia prima para otros procesos de transformación y valor agregado, nuestra planta será sostenible no solo ambiental, sino económicamente. Desde metano e hidrógeno como fuente de energía, hasta abono orgánico para la agricultura. Sostenibilidad económica y retorno de inversión, me gusta.
Al final, se despidieron como grandes amigos, su esposa Mary, estaba feliz de ver feliz a su esposo y me pidió que llevara a “Tony” mas seguido, nunca más se volvieron a ver, y no sé si se escribieron con mas o menos frecuencia después de ese día. Mi papá, Antonio Gil Bustamante, falleció en 2021, pero la aplicación, dentro de lo posible, de lo que aprendimos ese día en nuestra gestión como empresa tuvo como guía lo que se habló en ese almuerzo, el día que mis dos héroes se encontraron y me enseñaron a amar el agua y mi trabajo aun más, esta vez seguro de la dirección que debíamos tomar, y por eso, y el tiempo que el doctor Tchobanoglous le dedicó a mi papá, y el orgullo que le generó conocerlo, le estaré eternamente agradecido.